miércoles, 12 de julio de 2017

Los disparos del cazador, Rafael Chribes

Resultado de imagen de los disparos del cazador chirbesHoy tengo una sensación rara. Es de las contadas ocasiones en que he abordado la figura de una autor y su obra, claro, de una manera más integral leyendo, una tras otra, sus novelas o escritos. La sensación, como os digo, es extraña, porque observas con una perspectiva nueva la dimensión y la capacidad escritora del autor. No es lo mismo leer que leer en profundidad que diría Cassany, y tampoco es lo mismo leer que leer con la perspectiva que te da el acercarte a una obra entendida como un todo. Chirbes, en alguna entrevista, ha reconocido que su obra es una única obra, posiblemente una búsqueda de reivindicar la voz de los que han sido silenciados tras una transición, en su perspectiva, de silencios y olvidos conscientes. Esto, que podría ser cierto, no es del todo verdad.

La obra de Chirbes sí que es un grito por llamar la atención sobre ciertas injusticias y silencios dolorosos, es una reivindicación, consciente, del bando de los perdedores de la historia, en todos los sentidos: porque no son solo perdedores reales del conflicto de la guerra civil, como vemos en La buena letra, son también perdedores morales, en muchos casos, por un tema de equidad y justicia, y también perdedores de la historia, ya que mantienen cierta distancia con el devenir de esta. Por eso no nos puede extrañar la actitud que muchos de ellos tomaron en los años de desarrollo del franquismo y, por supuesto, en la transición: una actitud de colaboración y de olvido sistemático de lo que fueron, por eso tampoco  nos puede extrañar que en En la orilla el pantano se convierta en un personaje que acoge en su seno todo lo que fue, claro, porque ese es el fin de la nueva historia: ser sin recordar, y Chirbes nunca ha estado por la labor.
Pero no solo es esto, como decía, en Chirbes laten otros temas que podemos ver en perspectiva. El tema del amor, en muchas de sus facetas, en esta novela observamos la vida familiar, pero una vida familiar ficcional, como debió ser la vida de la burguesía en los años sesenta, llena de hipocresía y apariencia, de un ser hacia fuera y un no ser hacia dentro; una vida amorosa familiar filial dentro de cánones y compromisos, pero salpicada de otros atributos no menos interesantes como la búsqueda de la dimensión sexual en el hombre o del amor verdadero, o al menos la belleza del amor, en la mujer con su intuido rollo con el doctor Beltrán. Otra dimensión que aparece en la obra, entendida como un todo, es el tema de la prostitución, “recuerdo mis relaciones fuera del matrimonio” y la cosificación del consumo sexual, entendido como eso, como un elemento más que añadir a la cesta sin compromisos ni pesos.
En el amor le ocurría eso: siempre tuve la intuición de que los gestos animales que el amor exige, las posiciones forzadas y hasta podría decirse que humillantes, no le pertenecían. Estaba en la cama con ella y tenía la impresión de que había mandado a una suplente, algo así como un caparazón de sí misma. Mientras yo golpeaba contra ese caparazón, la verdadera Eva se quedaba leyendo en una butaca, siempre con el fondo musical de aquellas placas que el doctor Beltrán le regalaba…
 Buscaba —y pagaba— el fulgor de sus cuerpos, la mancha de sus pezones, sus sexos que eran refugios que me salvaban de un dolor indefinido.

Pero también observamos el tema de los conflictos intergeneracionales, “mi padre y yo ya hablábamos dos idiomas distintos” la ruptura entre la concepción de los padres y de los hijos, presente en toda su obra, la ruptura de la memoria y la pervivencia de la postmemoria, el cuestionamiento de quiénes fueron los padres y de estos de quiénes son los hijos. La memoria, pues, y los recuerdos, con ese tinte amargo, “la felicidad no se recuerda” son parte integrante de la temática de Chirbes, unos recuerdos amargos, o al menos, que pueden ser abandonados.
¿Qué otra utilidad sino la del sufrimiento tiene la emoción de los recuerdos si nada de cuanto nos transmiten ha de volver? Intento imaginarme cómo sería él silencio de las noches en mi habitación si no hubiera recuerdos, sólo oscuridad,..
¿O es que tenía que soportar para siempre la mezcla de rencor y mezquindad en que la guerra ahogó a mi padre y que él obligaba a mi madre a compartir?
A esos pedazos que se nos enredan entre las piernas y nos impiden caminar con libertad en la segunda parte de nuestra vida los llamamos memoria. La desnudez deseada sería el olvido.
Y precisamente del conflicto intergeneracional nace otro de los temas del autor, el problema de la transición y la adaptación ética y estética a una situación de silencio. Lo hace a través de la hipocresí del hijo, del que se enfrenta, del que representa lo diferente y ve en el padre el antiguo régimen, sin embargo es capaz de hacer lo mismo escudándose en otros principios, en una ideología a la carta. Fijémonos en el contraste entre estos dos párrafos.
»Él hubiera querido asociarme a su empresa, a sus absurdas correrías, a sus copas en El Abra a la salida de la oficina. Y yo, sin embargo, me reunía con tipos que vestían pantalón vaquero y se dejaban crecer descuidadas barbas y melenas, hablaba de Pudovkin y Antonioni, escuchabaSergeant Pepper’s, llevaba libros de sociología y panfletos en la cartera, y acabé en la cárcel, aunque por pocos días, claro está, porque removió todas sus influencias para conseguirme enseguida una orden de libertad.
En Manuel pueden verse, aunque dirigidos a otro orden de cosas, rasgos idénticos. A él, hablar de dinero, de negocios, de rentabilidad, cuando ya tiene un estudio propio y hace proyectos de muchos millones, le sigue produciendo una sensación desagradable. Siempre encuentra una coartada para que sus trabajos se relacionen con el bienestar público, con alguna tarea social: proyectos de viviendas para algún ayuntamiento, de parte de un pabellón para la Exposición Universal, diseño de una plaza en Barcelona, de una sala de audiciones en Valencia, siempre a la sombra del Estado patrón. Es verdad que los nuevos tiempos lo permiten y que hoy se habla de rehabilitaciones, remodelaciones, o diseño de espacios, y no, como tuvimos que hacer nosotros, de obras y negocios. Me molesta esa hipocresía que oculta el nombre de las cosas,
Otro de los temas relacionados con los conflictos generacionales, son los derivados de la posición social y de la adaptación de unos, normalmente vencidos, al bando de los vencedores; esa falta de ética no es bien vista por el autor, aunque, es cierto, suele mostrarlo, el conflicto, para que el lector decida.
Y, de repente, los viejos tiempos son sólo la constatación de que éstos son ya otros tiempos, con otra manera de trato y otra relación…
Mi padre sentía el oportunismo por abandono, y don Vicente Romeu por intromisión.
Tampoco me gustaría olvidarme del paisaje, del espacio del que he hablado en los otros libros, un espacio que se configura con elementos conocidos, con Misent, con las poblaciones de La Safor y de las Marinas y, de nuevo en esta novela, de Madrid como referente equidistante de las dos vidas, de la contradicción entre la vida en el recuerdo y la memoria y la nueva vida: entiendo que no es casual que la nueva vida se desarrolle en Madrid, y que la que fue, adornada con lo nuevo, se desarrolle en Misent: hemos de fijarnos en la construcción del chalet mirando al mar, majestuoso, como las casas de los indianos que retornaban a la península después de haber estado haciendo dinero en América, como decía, la majestuosidad del desarrollismo asentando sus raíces en la tradición de la memoria. Es una lectura.
Madrid era un inmenso descampado sobre el que se iban levantando pilares y andamios, y había que conseguirlo todo porque no se tenía nada.
Una gran novela que podemos encontrar en Anagrama. Aquí os dejo datos de interés.

ISBN
978-84-339-6746-6
EAN
9788433967466
PVP SIN IVA
5.29 €
PVP CON IVA
5.50 €
NÚM. DE PÁGINAS
144
COLECCIÓN
CÓDIGO
CM 313
PUBLICACIÓN
18/04/2006
Un hombre pasa los últimos días de su vida en la casa en la que nunca quiso vivir y que está, sin embargo, cargada de recuerdos. Desde ahí busca construir el rompecabezas de su pasado. Recuerda sus modestos inicios, su ascenso económico y social en el Madrid de la inmediata posguerra, sus amantes y amigos. En algún lugar del trayecto se le perdió el alma y se le desvaneció el amor. Chirbes vuelve al espacio moral de sus anteriores novelas. Nos habla en un tono tenso de una generación que se reclama «inocente», pero que se ha construido sobre los cimientos que pusieron las «manos sucias» de otros.

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