domingo, 20 de mayo de 2018

Mi lucha, Min kamp , La muerte del padre, Karl Ove Knausgård


Resultado de imagen de karl ove muerte padreHay veces en que un descanso es fundamental, una vacaciones. Es verdad que solemos cogerlas en verano, sin embargo estas tres semanas sin escribir en el blog, han sido extrañas, pero de descanso. Extrañas porque todos los días he pensado que quería escribir, que se me acumulaban libros leídos de los que no decía nada, y eso me estresaba, pero también iba leyendo y , escribir sobre lo leído pasado el tiempo, es extraordinario. Si escribo sobre un libro un día después, tengo tanto que decir que hago un post largo, si es una semana después, puede que reduzca la entrada y si es un mes después, igual solo escribo dos líneas. ¿Siempre hace falta escribir una entrada de dos folios? La distancia me permite saber si el libro ha quedado en mi memoria como algo a tener en cuenta. El tiempo como barómetro.

La muerte del padre es un mito freudiano, una necesidad que el ser adolescente necesita para llegar al ser adulto; es posible que históricamente no haya sido siempre así, que el ser niño, antes de la existencia histórica del ser adolescente, simplemente prescindiera del padre porque no le daba tiempo a matarlo, pero hoy en día, la adolescencia es algo tan prolongado que la convivencia con el padre, o con la madre, se hace compleja en la medida que son complejas las relaciones entre adultos.
Karl Ove tiene una relación difícil con el padre, con un padre ausente, un hombre radicalmente moderno: individualista, autoritario y encerrado en un mundo autoconfigurado. Vemos al padre desde la visión del autor, novela autobiográfica, pues, con todos los problemas que conlleva el autobiografismo respecto a la descripción de la memoria. Mi tesis es que el recuerdo no puede mantenerse fiel al hecho, el recuerdo, como la memoria, cambia los parámetros que configuran lo que fue para adaptarlos a nuestro yo; viene a ser como un archivo en formato mp3, es la canción original, pero castrada, se elimina lo superfluo, y en lo superfluo está la esencia de la comprensión de los hechos, o no. “Escribir trata más de destruir que de crear” Así nuestro autor se propone un trabajo monumental, un camino hacia la narrativa proustiana y un tributo al autoconocimiento a través de seis novelas donde va a transitar por el difícil camino de esta memoria. Y el padre está presente como un personaje presente y omnisciente, como presencia que controla la acción, como desencadenante de lo narrado para darle consistencia a lo que nos quiere decir el autor.
Nuestros pensamientos están inundados de imágenes de lugares en los que nunca hemos estado y sin embargo conocemos, de personas que nunca hemos conocido pero con las que no obstante estamos familiarizados, y en gran medida tenemos en cuenta al vivir nuestra vida.

Todo se desencadena con la muerte real, tal vez porque nunca hubo muerte freudiana, porque el hecho de la ausencia hace que el autor deba enfrentarse a los fantasmas que han determinado su vida, a ese padre que todos hemos tenido que matar, o al padre que ha significado nuestra propia muerte a manos de nuestros hijos. Pero aquí la expiración está reciente, el cuerpo está presente en el depósito, las causas del fallecimiento están gracias a su ausencia, pero el hecho determina la acción narrativa porque va a actuar como desencadenante de la historia, es decir, como principio unificador de su infancia y adolescencia ligadas al momento en que Karl O. se encuentra con su hermano en casa de su abuela, en el perfecto caos de una casa habitada por espectros con síndrome de Diógenes, en la mierda más total, en la decadencia del ser como metáfora dolorosa de la existencia real.
Y, sin embargo, hay pocas cosas que nos desagraden más que ver a un ser humano capturado en ese mundo muerto, al menos a juzgar por los esfuerzos que hacemos por mantener los cuerpos muertos fuera de nuestra vista.
Porque la paternidad, no nos engañemos, es la gran ficción humana, el Santo Grial de las sociedades modernas de culpabilización a lo masculino, la gran paradoja: es el hecho sociológico más reivindicado y el rol más estigmatizado. Ser padre sin presencia, ser padre cuando la presión social nos lleva a alejarnos de la educación o del bienestar, ser padre en otro tiempo cuando el padre era la figura mítica, deseada, el pater familias redentor, el faro que iluminaba la  psique del hijo sin padre. Porque hace tiempo el padre era otra cosa, era una figura, un ser extrañado ante su propio compromiso y atrapado por la realidad de la familia; pero la modernidad le reclamó como parte del proceso, debía ceder atributos, reconvertirse en persona y participar de algo para lo que había sido educado que debía estar a un margen, aquí la zozobra, el adolescente que reclama una figura que no conoce su papel, que es rechazada pero buscada. La contradicción de ser hijo y querer al padre, luego tener que ser padre hoy,  el autor, pienso que más la figura del padre, se resuelve de manera magistral, sin entrar en la violencia del conflicto, pero con todo el dolor de lo humano. El hijo está tan perplejo como la figura esbozada del padre.
Vanja, que adora esos momentos que puede disfrutar a solas con nosotros, bebiendo su limonada mientras habla de todo y hace preguntas del tipo ¿el cielo está pegado o suelto?, o ¿se puede detener el otoño?, o ¿los monos tienen esqueleto? Aunque la sensación de alegría que me producen esos momentos no sea arrolladora, sino más bien de satisfacción o calma, es, al fin y al cabo, alegría. Quizá incluso, en momentos muy especiales, felicidad. ¿Y no basta con eso? Pues sí, si la felicidad hubiera sido el objetivo habría bastado. Pero la felicidad no es mi objetivo, nunca lo ha sido, ¿para qué sirve la felicidad? Tampoco la familia es mi objetivo. Si lo hubiera sido y hubiera empleado todo mi tiempo y toda mi energía en ella, lo habríamos pasado estupendamente, estoy seguro de ello.
Porque convertirse en padre para el hijo es algo duro, muy duro, un dolor que se ha de administrar, una realidad que debemos afrontar de una manera cierta. Estar perplejo no significa no amar, es algo que no se entiende bien, pero es cierto, suena a cierto.
Se me saltan las lágrimas cuando veo una hermosa pintura, pero no cuando miro a mis hijos. Eso no significa que no los quiera, porque sí los quiero, con todo mi corazón, sólo significa que el sentido que proporcionan no puede llenar una vida. Al menos no la mía. Pronto cumpliré cuarenta años, luego cincuenta. Cuando tenga cincuenta faltará poco para los sesenta. Cuando tenga sesenta casi setenta. Y ya está. Así puede sonar la frase de mi lápida: Aquí reposa uno que aguantó. Lo que al final acabó con él. 

El libro, además, está lleno de reflexiones sobre el arte o la literatura profundos, llenos de verdad. Es posible que sea reacio al autobiografismo, que piense que en todo proyecto de escribirse no hay más que una novela que se camufla con esa técnica, que aprovechamos lo conocido-vivido para realizar la ficción literaria y, así, esconder verdades que pueden ser dichas y contadas en el marco literario, pero eso no quita para que, de la lectura, se pueda desprender una sensación de que estás ante algo más o menos verz, verídico.
Entendemos todo, y lo entendemos porque hemos convertido todo en nosotros mismos.
Todos los sueños que no fueron, lo que debimos ser y no somos, la vida anhelada y la realidad cotidiana, esa gran contradicción del hombre moderno entre lo que debió ser y la realidad de lo que se es.
Que la época de estudiante universitario, ese período de la vida tan elogiado y tan comentado, en el que uno siempre pensaba luego con agrado, no era para mí más que una infinita sucesión de días desconsolados, solitarios e imperfectos. El que no hubiera comprendido eso antes se debió a esa esperanza que albergaba siempre, a todos esos ridículos sueños que suele tener un veinteañero de mujeres y amor, de amigos y alegrías, de talentos ocultos y repentinos éxitos.
Pero no puedo dejar de poner este texto, resume el libro a la perfección
Y en mi caso, ¿quién había sido mi padre para mí? Alguien cuya muerte había deseado. Entonces, ¿por qué todas esas lágrimas?
Gran libro, lo tenemos en Anagrama.


ISBN  978-84-339-7844-8
EAN   9788433978448
PVP SIN IVA 22.02 €
PVP CON IVA        22.90 €
NÚM. DE PÁGINAS          504
COLECCIÓN          Panorama de narrativas
CÓDIGO      PN 814
TRADUCCIÓN        Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
PUBLICACIÓN       24/07/2012
Karl Ove Knausgård está luchando con su tercera novela casi diez años después de que su padre se emborrachara hasta morir. Quiere que sea una obra maestra, pero le atormentan las dudas sobre su talento como escritor y se pasa los días imaginando epitafios nada halagadores para sí mismo. La mente de Karl Ove deambula entre sus frustraciones actuales y su relación con su familia y el pasado –su infancia, las inseguridades de la adolescencia, el descubrimiento del sexo, del alcohol, esa «bebida mágica», su pasión por el rock– cuando su padre tenía la misma edad que él ahora. Era un niño serio y a menudo angustiado, con un hermano más feliz y menos complicado que él, una madre apacible y cariñosa pero casi invisible, y un padre distante e imprevisible. Un padre cuya muerte prematura suscitó en él emociones contradictorias, alivio, y también un profundo dolor, sentimientos que el protagonista aún no ha conseguido aceptar.
La muerte del padre es la primera novela de las seis que conforman Mi lucha y que pueden ser leídas de forma independiente o como partes de un proyecto muy ambicioso. Karl Ove Knausgård se embarca en una exploración proustiana de su pasado y desmenuza la historia de su propia vida hasta obtener las «partículas elementales». El resultado es una historia universal de los combates –grandes y pequeños– que todos debemos librar en nuestras vidas, una novela tan profunda como absorbente que nos atrapa desde la primera página, escrita como si la propia vida de su autor estuviera en juego.


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